Reconstrucción, una palabra que escuchamos de manera continuada estos días. Políticos y grandes empresas hablan de “pactos para la reconstrucción”, autónomos y pequeños empresarios buscan la manera de “reconstruir” su actividad. O quizá su vida, si -como es el caso de muchos- la anterior actividad empresarial o de autoempleo ha terminado ya. Reconstruir familias, que se han roto. Reconstruir esperanzas, ilusiones, que quedaron nubladas por los duros días, que cambiaron la manera de mirar el horizonte y el papel de uno mismo en este mundo.

Reconstruir lo que se rompió. O quizá no se rompió. Sólo cambió de aspecto, de manera de ser y estar. Sólo requiere de una nueva forma de mirar.

El diccionario de la RAE nos cuenta que Reconstrucción es “volver a construir”.  Y Construir es “hacer algo utilizando los elementos adecuados”. Palabra derivada del latín struere – amontonar.  Amontonar cosas para algo, dependiendo del prefijo que pongamos en la palabra, lo que equivale a poner prefijo a nuestra vida, nuestro trabajo, nuestra sociedad, nuestra empresa, nuestra familia….

Con-struir ordenadamente y con los elementos adecuados para lograr algo perdurable, “sostenible” en el tiempo, o de-struir lo que hay para lograr otros objetivos diferentes. In-struir, para lograr de alguna manera esa construcción interna de las personas, de los equipos, de las organizaciones, uniendo todas las piezas que conforman la complejidad de cada ser humano, de cada grupo, de cada sociedad. Ob-struir, con la idea de amontonar cosas para impedir el paso, amontonar ideas que impiden ver claramente el camino y nublan los objetivos, las opciones, los sueños y la razón.

Y ante todos nosotros, surge la elección. Elección como “libertad para obrar”, según nos dice la RAE. Elección para optar por una alternativa, renunciando a las restantes. En nuestra mano -en la de cada uno de nosotros- está la posibilidad de elegir construir, reconstruir, instruir, destruir, obstruir….

Construimos lo perdurable, lo adaptable a partir de un proyecto previo desde el que podemos visualizar lo diseñado, lo imaginado, lo soñado. Un proyecto previo que nos transporta a ese futuro tangible y cierto sólo alcanzable desde el compromiso, la visión, la pasión y la confianza en las propias capacidades.

Un proyecto cuya ejecución sólo será posible si parte de una correcta formulación metodológica, un exhaustivo estudio y observación de antecedentes y aprendizajes previos, un correcto análisis de premisas y situación de partida, una medición realista de los recursos disponibles y una adecuada formulación de objetivos, indicadores de cumplimiento, y estándares de medición de desviaciones y acuerdos de corrección.

Todo ello sostenido sobre un entramado de valores, que harán posible el forjado de una estructura sólida y a la vez elástica, que no se quiebre cuando el miedo o la oscuridad vuelvan a aparecer. Una estructura que no sucumba ante las tentaciones quebradoras del victimismo o la dependencia.

Nos construimos como personas, como individuos, como organizaciones, proyectando nuestra vida y nuestro futuro, desde un nuevo paradigma:  el de la reinvención continua. Una reinvención constante, que nos ayude a adaptarnos a un entorno en el que -como ya nos dijo Buda hace 2.500 años- lo único permanente es el cambio continuo. Nos construimos cuando confiamos en nuestras propias capacidades para abrazar el cambio, soltando ese espejismo de seguridad que suponía seguir agarrados a “lo de siempre”, no queriendo ver que quizá ese barco esté ya hundiéndose (y nosotros con él).

Nos construimos desde la coherencia, desde la responsabilidad y el compromiso, desde el autoconocimiento y la confianza, desde la verdad, la valentía y los valores.

Nos construimos como organizaciones y como sociedad desde una visión compartida, desde lo que nos une, desde la fuerza de un pasado común de aprendizajes y logros que -unido a un proyecto común – configura nuestra identidad, nuestra cultura, nuestra razón de ser. Cualquier nueva construcción o reconstrucción que no integre proyecto, valores, visión compartida, será simplemente, destrucción. Nos construimos, o nos destruimos. Cualquier otra cosa, son discursos vacíos y mediocres.

La RAE nos regala otra interesante acepción: construir es “formar un enunciado, generalmente una oración, ordenando las palabras con arreglo a las leyes de la gramática”, es decir, una secuencia de palabras con un valor comunicativo. Valor comunicativo inexistente sin un objeto de la comunicación, un “para qué” del mensaje. Y dado que la ontología del lenguaje – nos explica Rafael Echeverría- nos muestra cómo el lenguaje genera realidades, estaríamos hablando de reconstruir un discurso, orientado a reconstruir una realidad. Construir un nuevo discurso, orientado a construir una nueva realidad. Parafraseando al biólogo Humberto Maturana, “el lenguaje que interpreta la realidad” desde lo que somos. El lenguaje capaz de coordinar acciones para la consecución de un objetivo declarado. En nuestra voluntad está el identificar el “para qué” de cada discurso, y obrar en consecuencia.

Nuevamente aquí encontramos una fantástica oportunidad de elección, puesto que podemos elegir los discursos que construyen, que unen, que se fundamentan en la coherencia con unos valores, una visión compartida y un proyecto común. O podemos comprar discursos ideológicos de objetivos no declarados, que nos rompen con su incoherencia y nos llevan al victimismo, al miedo, a la dependencia. Podemos elegir la responsabilidad y el compromiso como vía de actuación, o podemos optar por la cómoda parálisis de la imposibilidad, a la espera de que sea otro quien tome las decisiones. Podemos optar por la valentía de unos objetivos marcados, asumidos individual y colectivamente, unos resultados medibles, la puesta del talento y la experiencia real al servicio de la sociedad. O podemos elegir ese discurso miedoso que huye de la medición de resultados, de la asunción de responsabilidades, y que busca esconderse detrás de la apropiación ilícita de principios morales que son comunes a todos. Podemos optar por la inversión, con retorno y generación de riqueza para toda la sociedad, o podemos caminar por la fácil senda del gasto y la deuda que reparte pobreza empobreciendo, que genera dependencia, que se olvida del legado a nuestros hijos y nietos. Podemos buscar la eficiencia y el bienestar común en una sociedad cada vez más libre y de mentes abiertas, o podemos atarnos al discurso ideológico y confrontador, que aprisiona mentes grandes y libres para convertirlas en pequeñas y miedosas.

Si volvemos a la RAE, también nos cuenta que Reconstruir es “unir, allegar, evocar recuerdos o ideas para completar el conocimiento de un hecho o el concepto de algo” mirar hacia atrás para volver a interpretar. Revisar historias pasadas, unirlas a conceptos y conocimientos para reconstruir el relato de la realidad. O quizá para construir un nuevo relato. Y una vez mas podemos elegir: reconstruir un relato del pasado en términos que abran o que cierren posibilidades. Nosotros elegimos. Cada uno de nosotros elige. Reinterpretar los errores del pasado en términos de aprendizaje y posibilidades de crecimiento, o reinterpretarlos en términos de odio y separación, para luego olvidarlos y así volver a repetirlos. Reinterpretar los logros pasados, honrarlos para ser conscientes de nuestra grandeza colectiva y mirar desde las posibilidades, u ocultarlos y olvidarlos para así poder mantener el rancio discurso de la separación, la confrontación y el victimismo. Nosotros elegimos libremente. Cada uno de nosotros. Y cada elección, cada interpretación cuenta una historia que a su vez será el prólogo de la historia del futuro. Como dijo Steve Jobs “solo mirando hacia atrás los puntos conectan”.

En definitiva, ¿se trata de construir algo de nuevo que estaba destruido? ¿O se trata quizá de construir un nuevo relato para mirar la realidad de manera diferente y así poder construir una nueva estructura? ¿Podría ocurrir que estemos interpretando el cambio como destrucción? ¿Qué nos viene a contar todo esto? ¿Podríamos estar comprando un discurso de destrucción, cuando en realidad lo que necesitamos es una nueva mirada para una realidad que cambia constantemente? ¿El cambio es destrucción? ¿Es nuestro relato, o estamos comprando relatos ajenos?

Mirarnos cada uno de nosotros por dentro para encontrar qué está roto, qué quiero construir, qué nuevo relato me quiero contar acerca de mi realidad, qué grado de responsabilidad quiero tener sobre mi vida, mi trabajo, mi carrera. Saber qué consecuencias tienen mis decisiones sobre los demás, sobre mi entorno, mi familia, mi “tribu” mi empresa, mi ciudad, mi país… sobre el Mundo. ¿Elijo quejarme o elijo liderar mi vida y asumir responsabilidades y cumplir compromisos? ¿Elijo pararme, o elijo construir? ¿Elijo “mirar hacia otro lado” o elijo asumir la responsabilidad de reclamar responsabilidades? ¿Elijo victimismo, o elijo responsabilidad?

Las empresas, organizaciones e instituciones públicas y privadas tienen por delante un enorme reto: el de liderar y asumir la toma de decisiones en el proceso de construcción, de manera acordada y responsable. Decisiones tomadas en base a indicadores claros, objetivos transparentes, declarados y honestos, estadísticas veraces, planes estratégicos claros y correctamente formulados, equipos de trabajo competentes, con experiencia, y que respondan de sus acciones y resultados.

Las estructuras públicas, financiadas y sostenidas por las empresas y los trabajadores, tienen por delante el reto de demostrar su compromiso claro y honesto con la construcción y el crecimiento del país. El reto de convertir en inversión el gasto público, y demostrar un retorno claro en términos sociales y económicos. El reto de gestionar con responsabilidad lo que es de todos. El reto de sentar las bases de un crecimiento y bienestar sostenibles en el futuro, sabiendo que no puede haber bienestar sin consenso y visión compartida. Y es responsabilidad de sus líderes alcanzar esos consensos, construir esa visión.

Se requiere responsabilidad, tanto para analizar la realidad actual, como para establecer los objetivos de la nueva realidad a la que queremos llegar. Se requiere responsabilidad como valor, para lograr la coherencia (también valor) en las actuaciones desde el punto de partida hasta el objetivo de llegada. Coherencia en los objetivos declarados y los realmente perseguidos. Responsabilidad, esa fantástica distinción…

Se requiere liderazgo, sabiendo que éste no viene dado con un nombramiento o un despacho, sino que se define por competencias, capacidades, coherencia y adhesión a unos valores. Se define por grandeza. Pero eso es ya otra historia.

Construir o re-construir, cambio o destrucción, nueva normalidad o normalidad a secas … qué más da. ¡Pónganse ya a trabajar y dejen de buscar palabras!  El tiempo corre.

Beatriz Encinas Duval